domingo, 20 de marzo de 2011

El profesor que enseña a decir no

Sabio y prudente como Saramago,Sampedro ha vivido muchas vidas en una sola. Siempre a favor de la paz y la justicia, el profesor Sampedro se calienta rápido con las cosas que le calientan: todo lo que ataque a la paz y la justicia. Por eso se entendía tan bien con José Saramago. Como el Nobel portugués, sabio y prudente, vehemente y contenido. Sampedro y Saramago, casi riman. Los sabios nunca desaparecen, como sobreviven las palabras. Mientras sus enseñanzas estén entre nuestras lecciones, "cabal" no desaparecerá del diccionario.

Sampedro está estos días encendido, después de escribir el prólogo de ¡Indignaos! (Destino), para la edición en castellano del vivo panfleto de Stéphane Hessel. Porque hay que educar a decir que no. Como lo decía Raimon en la canción: Diguem, no. "Así acabo el prólogo. Fue una idea de mi mujer [Olga Lucas]. Pueden obligarnos a hacer las cosas, pero no con nuestra conformidad ni con mi entusiasmo. Y si puedo minar el pasadizo, lo minaré; y si puedo explotarlo, lo explotaré".

Un trayecto incansable

José Luis Sampedro es la hoguera blanda a la que uno acude a secar las dudas. Quizá porque tenga respuestas para todo, quizá porque haya vivido varias vidas en una sola. Quizá porque sin sus lecturas uno es un trozo de carne, una flecha sin arco. De Barcelona a Tánger antes de la Guerra Civil; del Ejército republicano al Ejército rebelde; de Santander a Madrid, donde realiza Ciencias Económicas; de subdirector general del Banco Exterior de España a catedrático de la Universidad Complutense de Madrid; de las universidades de Salford y Liverpool a la norteamericana Bryn Mawr College, de la Real Academia Española a presidente honorario no ejecutivo de la empresa Sintratel, de nuevo con José Saramago.

Estar en los márgenes

El largo trayecto del profesor humanista lo resumía en su discurso de ingreso a la Real Academia Española, titulado Desde la frontera, en el que reconoció que sus andanzas intelectuales siempre anduvieron por caminos al margen de los cenáculos de lo oficial: "Quizás esa marginalidad me haya hecho el favor de dar a mi obra por lo menos alguna autenticidad, valor que siempre ambicioné sobre todos". Sampedro es uno de los reflejos que todavía brillan en la tan maltrecha diversidad cultural de nuestros días.

Ha merodeado recientemente por el Teatro Bellas Artes de Madrid, para presenciar el estreno de La sonrisa etrusca, bajo la dirección de José Carlos Plaza, con Héctor Alterio y Julieta Serrano como protagonistas. Cuando publicó el libro en 1985 confirmaba el éxito que había logrado con una de las sorpresas literarias de los ochenta: Octubre, octubre, una novela de compleja estructura escrita para la España de la Transición, a pesar de que la llevara trabajando muchos años antes. El autor utilizó el vitalismo de la historia de amor de Lus y Ágata para recuperar la cultura internacional cegada en este país durante la dictadura.

Con el alegato de una vida natural, libre y comprometida por delante, Sampedro ha recuperado en su tercera madurez los gérmenes rebeldes y libertarios que permanecían latentes. Lo que no puede desaparecer.

Fuente: Público

miércoles, 2 de marzo de 2011

Tras la pista de los patos (de goma) náufragos

Un periodista estadounidense reconstruye en un libro la aventura de 29.000 juguetes que se cayeron de un carguero en el océano y flotaron durante años.- Su destino sirvió a los oceanógrafos para estudiar las corrientes marinas



Probablemente al principio tuvieran miedo. Una cosa es una bañera. Otra, el océano. Pero finalmente debieron de cogerle gusto, dado que algunos siguen dando vueltas por el globo 19 años después. Ahora, los 28.800 patos amarillos (la mayoría), castores rojos, ranas verdes y tortugas azules de plástico que en 1992 cayeron de un barco que navegaba por el Pacífico, hasta podrían volver a encontrar a sus antiguos amigos. Ni que fuera Perdidos. El periodista estadounidense Donovan Hohn ha reconstruido, en su primer libro Moby Duck (que se puede adquirir en Amazon) trayectos y destinos de la mayoría de los juguetes y de otros objetos que flotaron por el mar, en una mezcla de ternura, picos sonrientes, corrientes oceánicas y polución. "Tenía que ser un trabajo corto. Me ha costado sin embargo cinco años y viajes por todo el planeta", cuenta el autor por teléfono desde Nueva York.

El 10 de enero de 1992 una tormenta sorprendió cerca de las Islas Aleutianas a un carguero que cruzaba el océano Pacífico de Hong Kong a Washington. 12 contenedores cayeron por la borda, uno se abrió y llenó el mar de miles de juguetes producidos por la compañía china First Years Inc. Los animalitos se dispersaron, presas de las corrientes oceánicas. Un naufragio conmovedor que una compañía de coches aprovechó años después para un vídeo publicitario. Pero desde el principio el asunto cogió también otro camino, más serio.

Varios oceanógrafos se dieron cuenta de que los patos que tocaban tierra solían desembarcar en determinadas zonas. Hasta llegaron a realizar un mapa que se basaba en las corrientes y reconstruía los trayectos de navegación de los patitos. El oceanógrafo y cazador de juguetes náufragos Curtis Ebbesmeyer encontró el punto exacto en el que el container se había caído. Y, según contó a The Independent, aprovechó los movimientos de los juguetes para estudiar el giro oceánico (una gran corriente constante y circular) del Pacífico Norte, entre Japón, Alaska e Islas Aleutianas, descubriendo por primera vez que un objeto tarda tres años en completar el ciclo.

En 2005 Hohn, fascinado por esta aventura, empezó a tirar del hilo. Su investigación le llevó a contactar con Ebbesmeyer, del que recibió una sorprendente respuesta: "No puede cazar a los patos por teléfono. Tiene que salir de casa y buscar", como publicó The New York Times. Hohn le tomó la palabra. "Primero fui a China, a la fábrica donde construyeron los patos", explica. Y luego empezó a recorrer los sitios del mapa. Escocia, Hawai, incluso cogió un crucero para viajar por el mar Ártico. Una larga ruta con un imprevisto agradecido: "En una playa escondida y desierta, en Alaska, encontré a un castor de plástico, escondido bajo un árbol. No contaba con que a lo largo de mi ruta hallaría a uno de los animalitos".

El castor, que en un tiempo fue rojo y ahora es más bien blanco, está en su casa. Pero, ¿cómo puede estar seguro de que sea uno de los miembros de la flota de juguetes? "Por la marca, el color, el material. Hay pruebas ciertas. En cambio después de los primeros hallazgos se desató un entusiasmo por el que todo el mundo decía que había encontrado uno de los animalitos famosos".

La mayoría de los patos han acabado en las playas del mapa, tras un viaje largo y peligroso. Según Hohn, "la imagen más encantadora de todo esto es la de un minúsculo pato amarillo que desafía en solitario al océano salvaje". Muchos le han ganado el pulso a la naturaleza, a costa de perder su color original y están a salvo, en casas de coleccionistas o cazadores casuales. Centenares de juguetes sin embargo se han deteriorado y han acabado hechos pedazos. Pero "debe de haber cientos que todavía están flotando", sostiene Hohn. Y cuenta: "Varias veces me he imaginado estar tumbado en la playa y de repente ver aparecer en el horizonte un patito amarillo". Ese patito sería hoy 19 años más viejo y tendría el pico sonriente de quien ha sobrevivido al océano.




Una armada de objetos

Los patos no están solos. Uno de los objetivos del libro Moby Duck es llamar la atención sobre el problema de los objetos que se caen de los barcos y acaban dañando al medioambiente y al mar, degradándose o hundiéndose a lo largo de los años. Las cifras, según Hohn, son significativas: "Hay cientos de containers y en consecuencia miles de objetos que acaban en el océano cada año. Un cifra exacta es imposible dado que las compañías de transporte marítimo no están interesadas en contabilizarlo. A menudo estos incidentes pasan desapercibidos. En mis búsquedas me he encontrado con estimaciones de más de 10.000 objetos al año".

Un caso ejemplar se dio en 1998, cuando un carguero perdió en el Pacífico 407 contenedores. "Contenían de todo: bicicletas, teléfonos inalámbricos, ropa. Las consecuencias para el medioambiente son muy dañinas", sostiene Hohn. El daño proviene también de tierra, de los objetos abandonados en el mar. "Los más frecuentes son botellas, juguetes y zapatos".

Fuente: El País